Zona de Promesas
- Rebel
- 7 feb 2018
- 6 Min. de lectura
Texto y fotos por Georgina Screpnik.

Soy Georgina, pero todos me dicen Geo y tengo 28 años. Soy riojana, aunque nací en Córdoba me crié en La Rioja. Estudié en Córdoba profesorado de inglés y me recibí cuando tenía 24 años. Nunca fui buena ni con los números ni con los mapas, por eso me dediqué a las lenguas. Empecé sacando fotos por mi cuenta cuando me recibí que fue cuando pude comprarme la primera cámara DSLR. La idea de viajar no es algo que se me dio de un día para otro. Yo creo que uno lo sabe desde siempre pero por una u otra cosa, no lo hace. Apenas me recibí, empecé a trabajar y ganar más plata y no tenía bien en claro que iba a hacer de mi vida. No me atraía mucho la idea de comprarme una casa, un auto y casarme. Me sentía sofocada por todas las responsabilidades impuestas y ahí me compre el pasaje. Viajé a principios del 2016 y desde entonces ando un poco por aquí un poco por allá.
Si, como la canción de Cerati con la Negra Sosa. Tarda en llegar y tuve que andar a cuestas con mi vida compactada en una mochila, pero llegó la recompensa. Te das cuenta que está bien porque pese a un montón de factores que no podemos controlar, cuando te vas a dormir te dormís tranquilo. Siempre lo supe, siempre supe que me quería ir, que quería ver el mundo, pero por una u otra cosa de la vida, no lo hacía. El estudio, el trabajo, los viejos y la lista sigue si queremos. Uno mismo se pone excusas, o tapaduras, llena la mochila de responsabilidades. Y un día dije: “me voy”. Empecé ahorrando pesito por pesito. Me acuerdo que tenía una botella llena de monedas. No me voy a olvidar nunca cuando compré mi pasaje con mi primer sueldo groso, que llegué cerrando los ojos a comprarlo. Decidí, entre tantas otras cosas, que resumiría mi vida entera en una mochila y lo que entre allí, eso me acompañaría el resto del tiempo.

Si algo he aprendido en este tiempo es que uno tiene que ser flexible y adaptarse a las cosas que le pasan a uno. El universo te habla y hay que saber escucharlo. Terminé llegando a Portugal, a Lisboa. No tenía ni una expectativa, ni un mapa tampoco. Me tomó 4 horas encontrar el hostel, pero llegué. Eso te dice que si tenés que llegar, llegas y sino no. Inicialmente cuando compré el pasaje iba a ir a Londres a encontrarme con quien en ese momento era mi novio, y había comprado mi pasaje uno meses después. El tipo me dejo una semana antes a la fecha de mi viaje y yo destrozada y despechada como un gordo a dieta dije: “a mí no me van a sacar el dulzor de la vida, me voy igual”. Cambié el pasaje para un año más, ahorré todo lo que pude y me fui sola. Fue lo mejor que decidí en mi vida. No reniego de la compañía en ruta, pero en ese tiempo a solas conmigo misma me di cuenta que mi versión de mí no era la que más me gustaba mostrar. Tenía miedos, prejuicios, mochilas, cargas, sentimientos que no entendía, y por sobre todas las cosas jamás se me hubiera cruzado por la cabeza ser flexible. Yo sabía que me iba pero no sabía nada más.
Me vine con una visa working holiday para Dinamarca. Antes de ir a Dinamarca viajé 5 meses por Europa de mochila. Hice un Workaway en Letonia, en Riga por un mes y medio, pasé el medio verano en Suecia con unos amigos y después me fui 3 semanas a Finlandia. Viajé mucho en el medio, y en todo ese tiempo aprendí muchas cosas entre ellas: que no se necesita una millonada para moverse, ni muchas cosas, ni el mejor celular. El que viaja liviano, viaja lejos. Compartir con otras personas es lo más valioso que alguien en cualquier lugar del mundo te puede regalar. Aprendes que Argentina es una cuna impresionante: tenemos dulce de leche, los mejores vinos y la gente no tiene ni idea donde queda ni cuán grande es. He llegado a discutir con italianos que me decían que Sicilia era más grande que Argentina. Claramente, no vieron el mapa. Pero como yo creo que las banderas deberían ser “La bandera”, me divertía mucho ver cuán similares y diferentes somos en general los seres humanos.
Después de un tiempo boyando por el mundo, ya en Dinamarca conocí unas chicas argentinas y nos mudamos a la casita de Skovlunde, un barrio en Copenhagen. Vivíamos al lado de los dueños, una pareja de daneses divinísimos que nos trataron súper bien. La casita era el caldero de todos los “homeless” de diversas nacionalidades. Y cuando digo diversas, eran diversas posta. Logramos más que Perón en Argentina, más que Moria y la Xipolitakis: adoptamos a un coreano al que le decíamos chino, que un noruego tome mate, le hablábamos en español a una rumana que nos contestaba en rumano, varios polacos que traían vodka y cocinaban (porque en todo grupo de extranjeros hay polacos), hubo varios dramas pasionales, los chicos de Buenos Aires aprendieron que el colorado es rojo y que en La Rioja de donde soy yo es “Shojo”. Hacíamos asados o juntadas todos los fines de semana. Entre tanta locura, conocí a mi novio que es sueco. Imagínense, criado en el silencio se metió en un embotellamiento acústico macabro para quien no está acostumbrado. La primera juntada lo abrazaron todos y le pidieron el DNI porque tenía cara de nene, le hicimos comer asado con las manos y tomar vino en vaso de plástico. Sobrevivió, sí señores.
En todo mi tiempo de visa, me la pasé viajando por todos lados. Fui a Bélgica, a Alemania, Inglaterra, Noruega, norte de Suecia. Siempre con una mochila y mi cámara, obvio. ¿Qué aprendí en esta etapa? Que cuanto menos porquerías cargues mejor la vas a pasar. Es un horror cargar una mochila pesada por toda una ciudad, y que aún no sabía leer mapas. Google Maps me psicopatea, lo sé.

Después de que se me termino la visa en Dinamarca, saque la visa de Alemania la cual usé para viajar con el flaco. En el verano hicimos el sur de Suecia en bici. La mejor época y sí, son medio vagos como yo, es genial porque es todo plano. El flaco me decía, mira “la montaña” y es una loma que la pedaleé como una reina hasta que agarré una bajadita pronunciada y me estampillé en el barro. Me levanté cual panda, un poco llorando, un poco cagada en la patas de que me haya roto un diente. Falsa alarma, tenía el comedor intacto y seguí pedaleando unos meses más. En Julio de 2017 nos fuimos a Italia a hacer mi ciudadanía italiana así podíamos vivir juntos. El flaco renunció a su trabajo, y cargamos las mayas y patas de ranas (sí, el flaco flasheaba que iba a nadar con patas de rana todo el tiempo, bien de sueco) y nos fuimos. Emocionados con todo, llegamos el primer día y nos fuimos a la playa. Los dos más blancos que focos y bien turistongos, disfrutamos de hacernos milanesas hasta que el flaco se insoló. Yo, que tengo más vida en el sol que un chelco, lo curé de espanto diciéndole: hacete macho, toma agua y bancatela. Lo de la ciudadanía fue una locura, mucho papeleo, mucha burocracia y pocas ganas de trabajar. ¿Qué aprendí en esta etapa? que somos iguales a los italianos, que la organización es evolución y que una casa limpia es una ciudad limpia. No me gusta dar valoraciones personales de una ciudad porque creo que son puntos de vista u opiniones personales, pero los italianos como los argentinos son desorganizados y me di cuenta porque caímos en verano y era un desastre todo. Si uno es organizado, todo se ve más limpio, inclusive la ciudad. Cuidemos la ciudad como si fuera nuestra casa, aunque no hayamos nacido allí. Vi mucha gente comer un caramelo o una fruta y tirar el desperdicio en la calle mientras caminaba. Después del papeleo viajamos a Berlín a ver amigos y de ahí nos mudamos definitivamente a Suecia. Ahora vivimos al Sur de Suecia en un Pueblito rodeado de ríos y bosques. En verano es divino, sobre todo porque todo está muy verde y hay muchos árboles.

Me gusta mucho escuchar música argentina y tomar mates, especialmente ahora que es invierno y no sale mucho el sol. Para mí, que vivía prometiéndome cosas que nunca hacía, logré cumplirme la promesa más linda: viajar. No por el hecho de romantizar la palabra “viaje” sino porque el irse de casa implica mucho esfuerzo que tiene su recompensa pero que es intangible. Usé la fotografía para materializar mis recuerdos y los mundos que vi cuando me iba moviendo de un lugar a otro. Me volví atemporal porque mientras todo el mundo estaba viviendo apurado con sus vidas yo los observaba y les sacaba fotos. Aprendí que si uno tiene ganas de hacer algo, tiene que hacerlo y no quedarse con las ganas; que no necesitas un millón de pesos, dólares o euros para moverte y que para ser creativo hay que alimentar la curiosidad.
Si tuviera que aconsejar a alguien que quiere viajar o vivir en otro país, le diría que se puede y que busque la manera de hacerlo legal siempre. Está bueno tener un poco de ahorros y un poco de organización pero también tener la capacidad de ser flexible cuando se presenta la oportunidad.
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