top of page

My Body, the Hand Grenade

  • Foto del escritor: Rebel
    Rebel
  • 18 feb 2018
  • 3 Min. de lectura

Texto por Lourdes López.

Ilustración por Diana Fookes.

Mi cuerpo es mi casa, autóctona y oriunda de este metro sesenta y seis con rodillas raspadas y amoratadas. Nunca fue templo, ni fuente de vida, ni deseo fatídico de ningún hombre o ser astral empecinado en poseerlo. Mi cuerpo, carne morena, ha sido mi hogar por casi dieciocho años. Si cuento exactamente, han sido diecisiete años, diez meses y trece días. No es mucho, pero es toda mi vida.

Yo no lo pedí, me lo dieron y enfundaron mi alma en éste, mis entrañas, mi sangre y mis órganos protegidos por mis huesos y mis músculos y la piel tirante en algunos lados y suave y caída en otros. No lo pedí, pero se formó mi mundo propio, mis pensamientos y mis derrotas y victorias dentro de los límites de ésta coraza.

Coraza. La coraza es, según definiciones, una armadura en el torso, la cubierta del buque de guerra, caparazón de tortuga y lo protector y defensor de algo (ejemplo: su orgullo le sirve de coraza). Sinónimos son coracero, coselete o blindaje. Coraza. Para mí coraza siempre significó mi cuerpo existiendo acá, en este momento y en este lugar, protegiendo innecesariamente un lecho vacío, como un perro rabioso protegiendo un tesoro ya saqueado. Coraza, como le dije a mi psicóloga: 'soy eso, un envase que adentro no tiene nada'.

A éste envase, templo, carne, blindaje, a esto lo he privado de cosas. De luz y de agua. Luz cuando he permanecido vacaciones enteras saliendo poco y nada, echada en la cama, sintiéndome pudrir desde adentro hacia fuera. Agua, cuando las ganas de matarme son tan grandes que evitan que me mueva a la ducha, agua cuando todos nadaban y yo me quedaba quieta, en silencio y despreciándome porque no me merecía ni si quiera mojar los pies en tal o tal lugar. Le he privado de libertad al salir enfundada en ropa, transpirando bajo ésta para que no me vean la piel descubierta, al asquearme porque mi cuerpo es esto y no lo que me gustaría y escupo la comida en la basura. Cosa que pasa de tanto en tanto, casi nunca, porque como todo el tiempo.

Cualquiera te diría que eso es obvio. Que podría tener un cuerpo increíble si hiciera gimnasia, si lo estirara, si no fuera tan encorvada, si no me la pasara con la cabeza en el suelo, si dejara de ser tan abandonada. Que mi cuerpo tiene potencial pero ahora no es nada, es mierda.

Le he hecho cosas. Lo he usado para castigarme, arrancándome el pelo y arañándome la cara de la bronca y la impotencia, clavándome las uñas hasta ver la sangre en las palmas, pasándome cualquier filo plateado por las piernas y las muñecas para que sepa que lo detesto, que es mi cruz, que nunca lo voy a querer.

Y no lo quiero. Pero sé que él a mí sí. Me protege, me mantiene viva y es el único que voy a tener siempre, proyectando mi sombra en la vereda. Mi cuerpo ansioso y rasguñado y lleno de cicatrices y moretones y lunares y estrías y celulitis. Llorarlo no vale la pena, porque acá está, mis dedos torcidos escribiendo esto mientras mi panza y yo nuevamente tratamos de llevarnos bien entre nosotras, mientras mi cara cachetona y mis ojos enormes me hacen sentir horrible pero a alguien le recuerdan a los de mi papá, o a otro lo enamoraron. Va a seguir inamovible, acompañándome, llevándome dentro.


Entradas recientes

Ver todo

コメント


© 2018 by Revista Rebel.

  • Black Facebook Icon
  • Black Twitter Icon
  • Black Instagram Icon
bottom of page