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El efecto Wes Anderson: cuando lo estético y lo visual superan los límites.

  • Foto del escritor: Rebel
    Rebel
  • 21 feb 2018
  • 2 Min. de lectura

Muchos de nosotros alguna vez en nuestras vidas hemos escuchado o leído el nombre del tan aclamado director de cine Wes Anderson, conocido por películas como: The Grand Budapest Hotel (2014), Moonrise Kingdom (2012) o The Royal Tenenbaums (2001), pero pocos de nosotros nos detenemos un segundo y nos ponemos a pensar: ¿Qué es lo que genera que sus filmes sean tan adictivos visualmente? ¿Por qué su estética nos produce algo tan único e indescriptible que hace que quisiéramos quedarnos mirando a la pantalla por una o dos horas?



Podríamos definir a Anderson como posmodernista por su mezcla de diferentes lenguajes cinematográficos y estilos. Al momento de realizar un filme, la selección de paletas de colores y planos, así como la vestimenta y utilería, se vuelven algo esencial para la película y aún más para los espectadores, generando una sensación vintage y futurista simultáneamente, con la finalidad de alejarnos de una escena apegada a la realidad y lo común.

Se presenta así, una estética no lineal, con objetos físicos que combinan a la perfección con el encuadre.



La escenografía está entre los puntos más significativos y sustanciales de su estética. Del mismo modo, la arquitectura representa un papel importante para Anderson: edificios, hoteles y casas extravagantes con colores llamativos, espléndidos y simétricamente perfectos ayudan casi al máximo a esta estética que tanto admiramos.



Desde hace más de dos décadas, Anderson nos maravilla con su trabajo y con su mirada única en relación a la estética de sus filmes que logra darle su toque y marca personal. Está de más decir que amamos ser sus espectadores y lograr apreciar esa delgada línea entre lo real y lo irreal que siempre lo definirá como director.



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